miércoles, 27 de abril de 2016

Insomnio y letras.


Pasen y vean.
Pasen y vean el nido de mariposas negras.
Vengan a apreciar las cenizas que me rodean.
Vengan a tocar con sus manos las escarpias de la franela.

Pasen y duelan.
Vengan a ver los muros que he construido entre su vida y la mía.
Vengan a ver como toda mi inteligencia tira los cimientos que mi corazón se encarga de levantar una y cien veces más.
Miren como me lamo las heridas para después volver a arrancarme la postilla.
Observen como rompo recuerdos que luego me molesto en pegar.

Pasen y lean.
Oigan como todas las noches el silencio me quema.
Oigan también como en esas noches rezo por ser amnésica.
Como pido que la memoria que decide perder en el fondo de una copa,
le vuelva.
Y que entonces... le duela.
Tanto como un manojo de cristales atravesándole la garganta.
Y que cuando decida escupirlos, no pueda.
Y entonces, si tenga excusas por las que callar. 

Pasen y vuelvan.
Vengan a ver la medicina convertida en epidemia.
Vengan a tocar las minas bajo tierra.
Vengan a besar las espigas de mis venas.

Pasen y permanezcan.
Quédense observando mi ramo de margaritas negras.
El azul del mar teñido de gris de pena.
El túnel a ciegas.

Joder.
No va a acabarse con ningún avión ni ninguna carretera.

Pasen y vean.
Vean las olas que  bailaban  la danza de la felicidad
y que ahora me paralizan las caderas.
El lodo con el que me arropo los vacíos 
y hasta las cejas.

Pasen y vean;
como cerré puertas para que no saliera. 
Para que otras suelas no se atrevieran a pisar.
Vean como él se empeña en verme desde fuera.

Pasen, pertenezcan, vuelvan y vean,
a los días amarrándome el cuello y a mi pidiéndoles tregua.

Pasen y váyanse.
Vean como he aprendido a vivir con ausencia,
como se coserme las penas.
Como se tocarle las grietas.

Pasen y vengan. 
Pasa y ven. 
Pasa y vete.
Pasa, tiempo, pasa.
Pasa y no te quedes, pasa y quédate.
Pasa, no me duelas. 
Pasa, duele-me.













lunes, 21 de marzo de 2016

Reminiscencia.

La inocencia  que recorre el terciopelo de una rosa 
y se topa con la espina.
Un niño que juega en las alturas desafiando y confiando su cuerpo a la gravedad.
Unos pies que se acercan a la orilla
y prueban el frío que hiela 
y vuela para posarse en la sien e inundarte las costillas. 
Un amor que te muerde la boca mientras te acaricia el alma y la vida.

Yo le vi llegar desde lejos pero nunca se lo dije;

como tantas otras cosas que nunca le dije por miedo a que me desarmara,
por ganar una partida 
que ya estaba perdida mucho antes de empezar.

Y por callar, por no decirle que era rica si él estaba.

Por no decirle que la vida ya me la imaginaba juntos
antes de que él me la contara.

Dice el que juega que sabe que ha perdido cuando ya no le importa  jugar.

Ni ganar.
Cuando ya no le da miedo apostar la ultima carta 
y jugarse el alma a la ruleta rusa solo por una vez más.

Yo le vi dormir. Y me supe dueña de lo que él soñaba.

Le vi dormir y despertarse. Despertarme tantas veces,
que confiaba en que se repetiría.
Que vería su cara asomarse entre la luz del día.
Que su sombra siempre sería mía.

Le conté los lunares de su espalda como Gretel,

para recordar el camino de vuelta a casa.
Porque eso era él, casa.

Le vi mirarme en el equilibrio que suponía estar loco de amor

y cuerdo de vida.
Y ahí supe que no quería ver a esos ojos marchar.

Pero también les vi.


Le vi con miedo a no ser el motivo.

Y acabó siendo herida que no cicatriza.

Nos vi en cualquier gasolinera

dispuestos a escapar a nuestra playa con las manos cogidas;
sabiendo que agarrarle significaba encontrarle y perderme.
Dispuestos a que cualquier noche nos cayeran las estrellas encima.

Nos vi en cada habitación de hotel 

donde el mundo de afuera no existía.
Donde las caricias eran reinas y su boca mía.

Le vi soltarme. Y supe que me rompía.


Le vi en todas las fotos que alguna vez

no quise hacerme
porque sabía que era lo único que me quedaría,
y que dolería.

Se quedó a vivir en todas aquellas canciones 

que un día sonaban mientras me besaba con prisas por deshacerme la vida.
Las mismas que hoy me pinchan.

Me escribió sin ser poeta las palabras más bonitas.

Jugó conmigo a adivinar el, (nuestro) futuro.
Y yo le creía,
porque verlo ponerme en su vida, 
poseer su risa era toda la aspiración que yo tenía.

Me abrazaba sabiendo que era de cristal

y que si me soltaba estallaría.
Me hacía el amor, siempre el amor
y sus ojos siempre me fundían.
Su piel ardía y besarla con osadía 
era lo mejor que podía hacer por mi.

Le vi quererme con cada ápice de su historia.

Le vi alimentarse de mi sonrisa.
Le vi queriendo que fuese un poco menos mía.

Nos vi en todos los viajes que planeamos desde su cama.

Vi a las ciudades que pisamos juntos temblar de frío porque ya no volveríamos 
y vi a Lisboa guardarnos sitio.
Nos vi en la lista que no supimos tachar.
Le vi conducir a donde el mundo no sangrara 
y querernos fuese lo único que importaba.

Me supo a alcohol su boca la noche que entendí sus maravillas

y hoy ese mismo alcohol me quema las heridas.

Le vi marcharse y yo deje de recordar la vuelta a casa,

sus manos sobre las mías,
sus ojos clavados en mis pupilas.

Se llevó todo.

Solo dejó las fotos,
los recuerdos,
las canciones 
y las heridas.